Etapas que se cierran y otras que comienzan

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¿Cómo me fue con la experiencia en carpa? Exceptuando por los mosquitos que no dejaron de acecharme aunque me bañé en repelente, ¡fue una de las experiencias más inolvidables de los últimos tiempos!

La chica de ciudad a la que le encanta el mar, pero que nunca había dormido en carpa ni siquiera en el patio de la casa de una amiga, descubrió que era mucho mejor de lo que imaginaba.

En realidad, Nacho se encargó de todos los preparativos, así que solo tuve que llegar y enfrentar mis miedos y prejuicios para empezar a disfrutar. Como acampamos en un camping a pocos metros de la playa en cualquier momento del día se escuchaba el ruido del viento y del mar.

Por la mañana el canto de los pájaros fue el mejor despertador que probé en años (¡me levantaba con buena onda extra para compartir!) y mi rutina de ejercicios de respiración y elongación al atardecer en medio del bosque potenciaron sus beneficios. Me ayudó a entender que aunque viva en la ciudad hay tiempo para todo y bajar las revoluciones depende de nosotros mismos.

Si pensaba que la comida chatarra era parte de los días en carpa, Nacho me demostró lo contrario. Teniendo que cocinar nosotros mismos y sin tantos elementos como en casa, elegíamos mejor los alimentos y las recetas, siempre a base de verduras, granos integrales, frutas y todo lo que fuera fresco y natural.

Pero el viaje en carpa no solo me conectó con la naturaleza y la vida saludable, sino que también me desconectó del celular y las redes sociales (después de buscar wifi el primer día haciendo la parabólica humana, renuncié a la tarea) y me hizo relacionarme con Nacho mirándonos a los ojos, charlando más y descubriendo detalles de su personalidad que pasaban desapercibidos en la vorágine diaria.

No hubo dudas de que esos días fueron un antes y un después en nuestra relación y especialmente para mí. Cuando llegué a casa, me vino a la mente una lista de todas las pequeñas cosas que habían cambiado en mi rutina diaria desde que lo conocí a Nacho.

Quise escribirla para tenerla siempre presente en esos momentos en que los problemas nos abruman y no vemos salida o cuando el mal humor puede más que cualquier comentario positivo (incluso aunque sea de tu novio o amigos). Así que anoté:

-Levantarme más temprano hizo que empezara a disfrutar de los desayunos y acomodara mis horarios del resto de las comidas del día.

-Encontrar mi propio ritmo de actividad física (¡aunque me costó y mucho!) logró que me sintiera más fuerte y con más energía.

-Dar algunas vueltas por el parque cerca de casa durante la semana, incluso cuando algún trabajo no me salía, reactivó mi capacidad creativa ¡y siempre volvía inspirada!

-Haber aprendido pequeños ejercicios de elongación y respiración fueron claves para dejar de lado el estrés del final del día y conectarme conmigo misma.

-Poder reemplazar la comida rápida y congelada por otras opciones más saludables, aprender recetas caseras y animarme a probar alimentos orgánicos fue un camino de ida. ¡Y cada vez quiero aprender más! Además, junto con la actividad física, me ayudó a bajar esos puntos de Colesterol que estaban excedidos.

-En cada encuentro con Nacho me descubrí en una faceta donde pude vencer mi vergüenza, arriesgarme a lo desconocido, derribar mis prejuicios y seguir adelante a pesar de los no de mi cabeza escuchando los sí de mi corazón.

Si todo esto lo había logrado en algunos meses, estaba segura de que con perseverancia (¡y ahora de la mano de Nacho!) siempre que quisiera iba a poder cambiar hábitos y rutinas cotidianos para ir en búsqueda de lo que todos deseamos: vivir un poco mejor cada día.

Guardé el papel con la lista en el cajón de mi mesa de luz y no se lo mostré a Nacho hasta la semana siguiente que llegó a casa con un ramo de jazmines y un cartelito colgando que decía: ¿Nos mudamos juntos?

Aunque no era una propuesta de casamiento, reaccioné como en la mejor película romántica y me colgué de su cuello para abrazarlo y decirle que ¡por supuesto que sí!

Teníamos que decidir dónde (ni su casa ni la mía eran lo suficientemente grandes), y aunque hablamos de muchos barrios porteños, los dos queríamos alguno que fuera tranquilo y que tuviera cerca un lindo parque.

Como toda buena mudanza merece tiempo y dedicación, es hora de cerrar el blog y vivir esta una nueva etapa llena de desafíos que está a punto de comenzar. ¡Estoy segura de que con ella mi lista de cambios positivos crecerá cada vez más!

Cambios de hábitos positivos y una declaración

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No sé si con Nacho ya éramos novios o no, pero lo que sí había cambiado era mi rutina diaria. Aunque fue cuestión de tiempo y constancia, finalmente acepté que las clases por la mañana en el parque eran de lo mejor del día. Me activaban 100% para empezar a trabajar, pero no sin antes sentarme un rato debajo de un árbol con mi libro del momento.

Después de saber que mi colesterol no estaba en los niveles recomendados, saqué turno con una nutricionista que me ayudó a ordenarme con las comidas. Al principio tenía hojas con las instrucciones desparramadas por toda la casa porque las olvidaba, pero empecé a pegarme post-it en la heladera con el menú del día.

Con la ayuda de Nacho fue mucho más fácil porque él ya tenía armado su propio itinerario al que me sumé sin dudar (si había alguien en quien podía confiar en materia de vida saludable, ese era Nacho). Ahora mi debilidad eran sus hamburguesas de lentejas que también aprendí a cocinarlas casi tan ricas como las suyas, ¡quién lo diría!

Con él la relación iba viento en popa, pero todavía no me había presentado a su familia ni amigos hasta que un día llamó para decirme que su hermana nos había invitado a cenar.  ¡Chan! ¡Justo con su hermana! No podía olvidar que aquella vez en el spa me fulminó con la mirada, pero ahora me tenía fe.

La cita fue en un restaurante de Palermo y cuando elegí la ensalada de quinoa y calabaza, la hermana de Nacho me preguntó irónicamente si estaba haciendo dieta para adelgazar. Nacho la miro con mala cara, pero yo le respondí muy tranquila que estaba intentando llevar una alimentación más sana.

-Ah, te mimetizaste con mi hermano. Son tal para cual parece-, respondió en forma más irónica todavía. ¿La cuñada más celosa del mundo me había tocado justo a mí o no podía verme ni en figuritas?

Después de un rato de charla, arremetió de nuevo preguntándome de qué trabajaba. -Soy traductora, principalmente de novelas. –Uh, suena re aburrido, ¿no? Si eso me lo hubiera dicho un tiempo atrás, me hubiera convertido en el increíble Hulk.

Pero en ese momento conté hasta diez y puse por primera vez en práctica la técnica de respiración que me había enseñado Nacho para mantener la calma en momentos tensos: inhalar profundamente contando hasta cuatro y exhalar de la misma manera por la nariz. ¡Y puedo asegurar que da resultado!

No dejé que los comentarios de su hermana me afectaran, pero lo que me preocupaba era que Nacho una vez más no me había presentado como su novia. En realidad no dijo nada al respecto, ni novia, ni amiga, ni nada.

Al día siguiente era sábado y aunque no teníamos clase de gimnasia le propuse a Nacho salir a trotar por los bosques de Palermo cuando bajara el sol. Entusiasmado con que fuera yo la de la idea, me pasó a buscar una hora antes.

El trote se había convertido en mi ejercicio preferido porque mientras lo hacía podía pensar con más claridad, las ideas se acomodaban en mi mente y otras mejores aparecían. Estaba decidida: tenía que hablar con Nacho y aclarar nuestra relación.

Mientras repasaba las palabras que iba a decirle, apareció trotando su amigo Lorenzo (el que estaba con él cuando lo vi por primera vez), frenamos a saludarlo y de repente, como si nada, Nacho dijo: -Ella es Flor, mi novia, ¿te acordás que te conté?

Por unos segundos me quedé atontada, pero cuando Lorenzo se fue no pude contenerme:

-¿Novia? No sabía…-, le dije sin esconder mi sonrisa.

-¿Está mal?-, y me dio un beso.

-No, ¡está muy bien!

Pero las sorpresas continuaron, porque cuando terminamos de dar nuestras vueltas al lago, Nacho me dijo que quería invitar a su “novia” a pasar el próximo fin de semana largo en la playa… ¡en carpa!

¿Y ahora? ¡Nunca fui aventurera ni estuve en un campamento! Sus propuestas siempre desafiaban mi estilo de vida, pero ¿cómo decirle que no a Nacho?

Las diferencias nos complementan

shutterstock_173595503Salí del médico con el diagnóstico confirmado: colesterol elevado; y con una larga lista de recomendaciones para normalizarlo. Escucharlo parecía fácil, tenía que cambiar algunos hábitos alimenticios y otros de mi rutina diaria, pero para mí era como si me pidieran cruzar el Atlántico nadando.

Esa misma mañana tenía clase con Nacho en el parque y le conté un poco lo que me había explicado el médico. Con su optimismo de siempre, me prometió ayudarme a cambiar algunos hábitos. “¡Vas a ver que es más fácil de lo que pensás!”, aseguró.

Las salidas con Nacho empezaron a hacerse más frecuentes y en cada encuentro él tenía una sorpresa armada para alivianar mi nueva preocupación. Al comienzo me encantó, pero con el tiempo empezó a parecerme un poco repetitivo.

Una noche me invitó a su casa y preparó una cena que llamó Combo Nacho Saludable: hamburguesas de lentejas, papas al horno con hierbas y jugo de naranja exprimido. Las hamburguesas estaban riquísimas y no me cayeron pesadas. ¡Nunca lo hubiera imaginado! Después de comer me pasó la receta para que pudiera hacerla sola. No llevaba muchos ingredientes, pero la cocina no era mi fuerte y estaba acostumbrada a la combinación supermercado-freezer-horno.

Otro día me citó a las siete de la tarde en la terraza de su edificio. Me dijo que llevara ropa cómoda y que no dejara trabajo pendiente para la noche. Cuando llegué, había armado el lugar para hacer una rutina de stretching relajante para terminar el día. Con él en la terraza y el sol cayendo era la escena de película romántica perfecta, pero si tenía que repetirlo sola en casa me ganaba cualquier serie.

Un sábado tomé yo la iniciativa e intenté sorprenderlo: lo invité al Jardín Japonés para caminar un poco al sol y respirar aire puro. La idea era hacer un paseo tranquilo y tener más tiempo para charlar. Le conté que esa semana estaba entusiasmada con un libro de cuentos de una escritora norteamericana y una novela que hacía tiempo quería leer, pero él parecía distraído y no hablaba mucho.

Aunque una vez Nacho me dijo que quería recomendaciones para embarcarse en la lectura, empecé a notar que cada vez que mencionaba el tema o que le contaba sobre mis libros, no se mostraba muy interesado y hacía un gran esfuerzo por prestarme atención.

Después de varias salidas, todavía no encontrábamos algo que a los dos nos gustara para compartir juntos. Me gustaba mucho que él fuera atento conmigo y me cuidara, pero ¿qué tantas cosas en común teníamos? ¿Había tema de conversación o empezarían a aparecer silencios incómodos?

Cuando todas esas preguntas rondaban por mi cabeza, Nacho me invitó a ver una película. Entre tantos consejos para ayudar a bajar mi Colesterol y mis ganas de pasar tiempo al aire libre, eso era algo que nunca habíamos hecho. Esta vez la sorpresa fue con su elección: El perfume, la película basada en la novela de un escritor llamado Patrick Süskind.

Él no la había leído, pero recordó que varias veces le había comentado algo sobre ella y le pareció una buena idea verla juntos. Cuando terminó, el tiempo se nos pasó volando debatiendo la película y descubrí un costado cinéfilo de Nacho que tenía escondido. ¡Sabía más de cine que yo de literatura!

A partir de esa noche, dejé de hacerme tantas preguntas y esperé que las cosas fueran sucediendo. Todavía me costaba adaptarme a los hábitos saludables pero de a poco iba logrando incorporar algunos que Nacho me enseñaba y él se animó a leer algunas novelas que yo le juraba que eran mejor en su versión escrita que en el cine.

Tenía que reconocer que me estaba enamorando cada vez más de Nacho y ya no quería ser solo la chica con la que salía y se divertía. Mi próximo desafío era aún mayor que bajar el Colesterol: tomar valor y decirle todo lo que sentía por él.

Un resultado que dio que hablar

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Apenas llegué a casa, di vuelta el placard buscando qué ponerme para la cena con Nacho esa misma noche. Quería algo femenino, pero no muy arreglado. Aunque siempre había visto a Nacho con ropa deportiva, imaginé que para salir usaría algo relajado y quería estar a tono con él.

Entre una prueba y otra de vestuario, abrí la casilla de mails y ahí estaba el resultado de los análisis para el apto físico que me había pedido Nacho. Le di una mirada rápida confiada en que estaría todo bien, pero los valores del Colesterol me llamaron la atención. Miré los números de referencia normales y los míos no coincidían.

No tenía idea de qué se trataba el Colesterol. Solo había escuchado alguna vez que tenía relación con las comidas. Enseguida me olvidé de la ropa. ¡Era la primera vez que iba a cenar con Nacho y no sabía qué comer! ¿Podría llegar a sentirme mal? ¡Después de los calambres en el parque no quería pasar otro papelón! De repente me cayó la ficha: ya no tenía veinte años y el cuerpo me estaba empezando a pasar factura.

A las nueve en punto, Nacho tocó el timbre de casa. Había acertado en elegir mis jeans y una remera con los hombros descubiertos, porque él parecía muy relajado con sus jeans gastados y una remera debajo de una camisa abierta. Pero cuando llegamos al bar y leí la carta, el fantasma del Colesterol apareció de nuevo.

Mientras Nacho elegía, yo me batía a duelo con la panera. ¿Podía comer pan o mejor no? En otro momento ya estaría devorando unas figazas con manteca. Pasaba las hojas de la carta, pero no me decidía por nada. ¿Pastas, milanesa con papas fritas o pollo con ensalada?

Nacho me preguntó si estaba muy indecisa. En realidad me moría de hambre. ¿ Comía algo contundente o una ensaladita y listo? Mejor ensalada no, peligro de verdura entre los dientes. Con una hamburguesa seguro me manchaba toda y por lo que había leído era una bomba para el Colesterol.

Pedí pastas que son muy buenas acá-, me recomendó Nacho. Aunque quería contarle de mis dudas con el Colesterol me dio vergüenza y seguí su sugerencia. Para olvidarme del asunto le pregunté cómo había llegado a tener su propio spa.

La idea del spa llegó cuando una tía le ofreció usar un local que tenía en alquiler y se asoció con su hermana cosmetóloga. Me dijo que yo ya la conocía: era la recepcionista del spa. No pude evitar sonreírme. ¡Ahora entendía por qué me fulminó con la mirada aquel día!

Nos interrumpió el mozo con los platos y me arrepentí de haber pedido ravioles con boloñesa. Probé apenas unos bocados y Nacho enseguida se dio cuenta de que algo pasaba. No podía seguir ocultándolo, así que le conté la verdad.

-Están ricos, pero hoy recibí el resultado de los análisis de sangre y creo que el Colesterol me dio un poco alto, y ahora me estoy haciendo la cabeza con la comida.

-¡Ah, era eso! Pero no te preocupes tanto. Es cuestión de cuidarse un poco con ciertas comidas con grasas malas y tratar de comer más verduras, frutas, cereales y pescado. También hay algunos suplementos dietarios que te ayudan. Igual consultalo con tu médico.

-No tenía idea. ¿Vos cómo sabés tanto sobre el tema?-, ya estaba empezando a tranquilizarme.

-Mi mamá tuvo el Colesterol alto hace algunos años, pero ahora ya lo tiene controlado. Igual no depende solo de la comida. Hacer actividad física también es muy importante.

-Tampoco sabía que eso influía. La verdad es que hace mucho tiempo que no hacía ejercicio-, le respondí desmotivada. Me mandaba a hacer más deporte y encima me comparaba con la madre, ¡ya no tenía chances!

-¿Ves? Más razón para no abandonar las clases. ¡Y otro motivo para seguir viéndonos! ¿Qué te parece brindar por eso?-, propuso sonriéndome.

Levanté la copa con una mezcla de alegría y miedo al mismo tiempo. Nacho parecía realmente estar interesado en mí, pero ¿cuánto tiempo podía durar su interés? Eramos muy distintos: él con sus rutinas saludables y sus hábitos fit, yo con mi poca predisposición al deporte y ahora el Colesterol también me había abandonado.

Tenía mucho por cambiar y no sabía si podría lograrlo. Me sentía como si estuviera escalando una montaña en cámara lenta. ¿Sería mejor abandonar antes de que me quedara a medio camino?

 

Darle tiempo al tiempo

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Si creía que encontrar al misterioso Ignacio había resultado difícil, era porque todavía no sabía lo que me esperaba: enfrentar mis propios límites y prejuicios.

Al día siguiente de haber charlado con él en el spa, le mandé un mensaje por WhatsApp preguntándole por las clases. Me pasó un listado de días y horarios disponibles para empezar: todos por la mañana.

Sin pensarlo demasiado, elegí el de las nueve, aunque sabía que arrancar a esa hora iba a ser complicado, porque la mayoría de los días me quedaba trabajando hasta tarde en las traducciones. ¡Pero tenía que intentarlo!

Semana 1

No podía empezar con el pie izquierdo así que puse tres alarmas para asegurarme de que me levantaría en horario. Cuando llegué al parque, él ya estaba haciendo abdominales sobre el pasto. Apenas me vio, se acercó trotando. ¿De dónde sacaba tanta energía en todo momento? ¡Envidia pura!

Empezamos a dar vueltas al parque para entrar en calor. En las primeras dos vueltas me sentí Forrest Gump, pero a los quince minutos ya estaba tan cansada que parecía el Jorobado de Notre Dame. Él entendía mi pésimo estado físico, pero yo me moría de la vergüenza.

La situación se repitió durante el resto de la clase y los músculos me temblaban como gelatina. Tampoco mejoró en el segundo encuentro. Volví a casa con la idea de que Nacho nunca se fijaría en este desastre deportivo.

Semana 2

Una mañana mientras trotábamos me agarró un calambre en una pierna y grité tanto que todo el parque se dio vuelta a mirarme. Nacho intento contener la risa por mi exageración y cambió la clase por una de elongación.

Mientras hacíamos los ejercicios me preguntó de qué trabajaba. Le conté que traduzco libros y que por eso paso muchas horas sentada frente a la compu (queriendo justificar mi poco estado físico).

Para mi sorpresa me contestó que le gustaría leer más, pero que no tenía buen ojo para elegir libros y me pidió ayuda para comprarle uno a su hermana que cumplía años.

Ese día se despidió diciendo: “Voy a seguir tus consejos. Se nota que sabés mucho”. ¡Punto para mí!

Semana 3

Las ganas de ver a Nacho me motivaban para levantarme, así que dejé una sola alarma, y hasta había comprado ropa deportiva para estar a tono con él.

Mi emoción bajó el día que llegué al parque y lo vi junto a una chica. Pensé que era una alumna nueva, pero cuando me acerqué Nacho me dijo que solo la estaba ayudando porque hacía mal las sentadillas.

¿Sería igual de buena onda con todas?

Al siguiente encuentro me quedé dormida y me despertó el celular. Era Nacho, pero no quise atenderlo. Con la voz de zombie que tendría no iba a poder pilotear la situación. Mentí y por mensaje le pedí disculpas porque tenía unas líneas de fiebre y no me había dado cuenta de la hora.

Tenía que ser sincera conmigo misma: mi yo deportivo me estaba abandonando.

Semana 4

Recibí un mensaje de Nacho preguntándome la dirección de casa para pasarme a buscar e ir trotando hasta el parque. “Así lo hacemos más dinámico y evitamos que te quedes dormida. Jejeje J J”-, escribió.

Una vez más su actitud me desconcertaba. No podía negarlo: cuanta más intriga me generaba Nacho, más me gustaba y no pude decirle que no.

De a poco empecé a notar pequeños cambios: los frascos de mermelada ya no eran mis enemigos y podía abrirlos en el primer intento, tenía más fuerza para cargar las bolsas del supermercado, si corría el colectivo no me agitaba como antes y el tiempo al aire libre había mejorado mis ojeras que tanto odiaba.

Igual me seguía costando dejar de trabajar por las noches para levantarme temprano y todavía estaba esperando el resultado de los análisis (que no me hacía desde un tiempo) para el apto físico que Nacho me había pedido.

La última clase del mes le comenté a Nacho que no sabía si continuar, pero a él le parecía una pena que abandonara. Le dije que iba a pensarlo y nos despedimos. Cuando ya estaba por cruzar la calle, escuché que me llamaba.

-Flor, ehh, ¿hoy estás ocupada?

-Sí, tengo que terminar algunos trabajos. ¿Por?

-Ah, porque parece que la noche va a estar linda y si querés podemos ir a comer algo.

-Ehhh… – las manos me transpiraban y no me salían las palabras.

-Si no podés no pasa nada.

-Sí, a la noche puedo. Dale. ¿Me pasás a buscar?

¡No podía creerlo! ¡Iba a salir con Nacho! Ese día aprendí que el peor error era perder la confianza en mí misma y que todo es cuestión de tiempo.

Encuentro inesperado

Blog-segunda-entrada-2Debo confesarlo, después de haberme cruzado con el misterioso chico de la tarjeta, lo googleé. No es por agrandarme, pero soy un gran detective en el mundo virtual. Para cada trabajo de traducción me acostumbré a rastrear personas, lugares, comidas y hasta costumbres extrañas.

Aunque siempre encuentro lo que busco no había pasado lo mismo con el tal Ignacio. En la web del spa no decía nada ni tampoco había fotos suyas en internet. Solo aparecía una lista con los 25 mejores perfiles con ese nombre en LinkedIn y algunos de Facebook, pero ninguno parecía ser él.

Estaba decidida a develar la incógnita, así que seguí yendo al parque cada vez que podía. Lo hacía con la esperanza de cruzarme con él, aunque no sabía qué iba a inventar para acercarme.

Con el tiempo empecé a notar que esos pequeños recreos leyendo al aire libre me hacían retomar el trabajo con más energía y la cabeza despejada. Si no tenía ganas de leer, me quedaba sentada mirando a los chicos en los juegos o a los perros corriendo de un lado a otro. ¡Hasta me animé a dar algunas vueltas al parque caminando!

¿Novedades del supuesto Ignacio? Ninguna. Seguramente no era del barrio y habría estado de visita o era de esos que parecen muy atléticos, pero salen a correr dos veces y después dejan las zapatillas olvidadas en el placard.

Estaba empezando a resignarme cuando recibí una llamada de mi mejor amiga Carolina. Quería que la acompañara el sábado a la mañana a una feria de alimentos orgánicos en el parque del barrio.

-¿A la mañana, Caro? Sabés que el finde duermo hasta el mediodía-, le dije intentando abortar el plan.

–Dale, te va a gustar y hay cosas de re buena calidad, nada que ver con lo que vos solés comprar-, trató de convencerme.

Acepté solo porque Caro es de esas amigas incondicionales que me acompaña en cada locura desde que teníamos doce años. Así que ahí fui con cara de dormida, la camiseta del pijama debajo del saco y un jogging de entrecasa.

La feria estaba llena de puestos que vendían frutas, verduras, pan, cereales y todo tipo de alimentos. Caro recorrió cada stand mientras yo la seguía chequeando mis mensajes de WhatsApp. Ella me recomendaba productos, aunque para mí lo orgánico era más una moda que otra cosa.

Antes de irnos Caro quiso comprar unos panes con semillas. Nos acercamos a un puesto que estaba repleto de gente. Caro le preguntó dos veces al vendedor qué tipo de pan le recomendaba para las tostadas del desayuno, pero el hombre siempre le contestaba a otras personas.

En el tercer intento, otra voz masculina nos respondió: “Para el desayuno está bueno cualquiera de harina integral y avena”. Me pareció igual a la voz enérgica del chico del parque, pero ¿podría ser él o me estaría obsesionando?

Cuando levanté la vista no podía creerlo, él estaba al lado nuestro y cargaba varias bolsas de compras de la feria.

-¿Por qué de harina integral y avena?-, me apuré a preguntarle antes que Caro.

–Porque la avena es el cereal con mayor concentración de proteínas. ¡Tan alta como en la carne, la leche y los huevos!-, me respondió con una sonrisa.

-¿Vos desayunás con ese pan?-, quería retenerlo de alguna manera y entre nervios fue lo único que se me ocurrió preguntarle.

–Sí, untado con un poco de queso blanco, algunas frutas orgánicas y arrancás con todo-, me dijo.

-¿Hay algún puesto de frutas orgánicas acá?-, intenté estirar la conversación mientras Caro seguía comprando.

-Sí, andá al puesto que está justo acá enfrente en diagonal. Es de un amigo y tiene productos muy buenos. Decile que vas de parte de Nacho.

Nacho… Ignacio. Entonces el de la tarjeta era su nombre. Quedé paralizada unos segundos, le entregaron su pedido y se alejó del stand diciéndome chau. Volví a tierra cuando Caro me tocó el hombro para pedirme cambio y perdí de vista a Ignacio entre la multitud.

Una casualidad, un comienzo

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Hoy Facebook se encargó de recordarme que hace un año Nacho y yo nos conocimos, o mejor dicho, que nos hicimos amigos en la red social. ¡Menos mal, porque soy un desastre con las fechas! Ahora, gracias a Zuckerberg, no me olvido nunca los cumpleaños de mis amigas. También me preguntó si quería compartir el acontecimiento en mi muro, pero pensé que una idea mucho mejor sería contar la historia.

Como ya estoy grandecita para llevar un diario íntimo, mejor abrir un blog. Después de leer tanto y mirar cantidades de telenovelas (mientras todos mis amigos se fanatizan con series, yo sigo adicta a las telenovelas) es hora de que escriba la propia. Es cierto, hay muchos blogs y más con historias de amor o desamor, pero ésta tiene un condimento especial. No estarán Onur y Sherezade, ni Zampini y Estevanez; pero creo que es mejor, porque mi historia puede ser la de cualquiera.

Así que cierro Facebook por un rato para sentarme a escribir, me hago un té de manzanilla y miel, fantaseo con liderar el rating (pero de los blogs) y empiezo como toda buena telenovela: con un encuentro y una casualidad. ¿O quién no dice que toda casualidad en realidad es una causalidad?

Siempre me gustó leer al aire libre. Aunque en invierno, el sillón y la manta polar son mi gran debilidad, ese día no aguanté. Después de pasar semanas encerrada haciendo un trabajo de traducción necesitaba respirar aire puro.

Me emponché con todo lo que tenía, agarré el primer libro que encontré sobre el escritorio y salí a enfrentar el frío. ¡Caminando con toda esa ropa me sentía RoboCop! Llegué al parque que quedaba a unas cuadras de casa y me senté en mi banco preferido debajo de un jacarandá.

Después de un rato quieta, las manos y los pies se me convirtieron en cubitos de hielo. Metí la nariz adentro de la bufanda, pero igual era imposible, me congelaba. Cuando estaba a punto de abortar la misión, escuché: “¡El frío es un estado mental, Lorenzo!”.

En otro momento la frase me hubiera parecido una pavada, pero esa voz sonó tan convencida de lo que decía y con tanta energía que era imposible contradecirla. Con apenas un jogging y un buzo, el chico de voz enérgica trotaba con el tal Lorenzo que lo miraba con cara de no aguantar más. “Son diez vueltas solamente, Loren. Yo lo hago siempre”, le insistía. Yo coincidía más con su amigo, trotar no era exactamente ‘lo mío’.

No estaba segura de haberlo visto antes por el barrio, pero su cara me sonaba conocida. Sí, soy mala para las fechas, y también para acordarme las caras. Agarré de nuevo el libro y me quedé fingiendo que leía, mientras de reojo lo miraba completar sus vueltas. De repente, me había olvidado del frío.

Pasando cerca de mí, al chico de cara conocida se le cayó algo al suelo. Me apuré para levantarlo… ¡era la excusa perfecta para hablarle en la próxima vuelta! Mala suerte la mía, esa había sido la última y los veía alejarse trotando por la bicisenda.

Un poco desilusionada presté atención a lo que había levantado: era una tarjeta con el logo del spa que me había recomendado una amiga y al que cada tanto iba a hacerme masajes. Del otro lado, un nombre: Ignacio Pedraza. ¿Sería él? ¿Por qué tendría la tarjeta de un spa? ¿Iría a hacerse masajes también? Pensándolo bien, no sabía qué otras cosas hacían en el spa. Quizá era para la madre o para una hermana. ¿O tendría novia y la había agarrado para ella? Con mi mala racha, seguro tenía novia.