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Darle tiempo al tiempo

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Si creía que encontrar al misterioso Ignacio había resultado difícil, era porque todavía no sabía lo que me esperaba: enfrentar mis propios límites y prejuicios.

Al día siguiente de haber charlado con él en el spa, le mandé un mensaje por WhatsApp preguntándole por las clases. Me pasó un listado de días y horarios disponibles para empezar: todos por la mañana.

Sin pensarlo demasiado, elegí el de las nueve, aunque sabía que arrancar a esa hora iba a ser complicado, porque la mayoría de los días me quedaba trabajando hasta tarde en las traducciones. ¡Pero tenía que intentarlo!

Semana 1

No podía empezar con el pie izquierdo así que puse tres alarmas para asegurarme de que me levantaría en horario. Cuando llegué al parque, él ya estaba haciendo abdominales sobre el pasto. Apenas me vio, se acercó trotando. ¿De dónde sacaba tanta energía en todo momento? ¡Envidia pura!

Empezamos a dar vueltas al parque para entrar en calor. En las primeras dos vueltas me sentí Forrest Gump, pero a los quince minutos ya estaba tan cansada que parecía el Jorobado de Notre Dame. Él entendía mi pésimo estado físico, pero yo me moría de la vergüenza.

La situación se repitió durante el resto de la clase y los músculos me temblaban como gelatina. Tampoco mejoró en el segundo encuentro. Volví a casa con la idea de que Nacho nunca se fijaría en este desastre deportivo.

Semana 2

Una mañana mientras trotábamos me agarró un calambre en una pierna y grité tanto que todo el parque se dio vuelta a mirarme. Nacho intento contener la risa por mi exageración y cambió la clase por una de elongación.

Mientras hacíamos los ejercicios me preguntó de qué trabajaba. Le conté que traduzco libros y que por eso paso muchas horas sentada frente a la compu (queriendo justificar mi poco estado físico).

Para mi sorpresa me contestó que le gustaría leer más, pero que no tenía buen ojo para elegir libros y me pidió ayuda para comprarle uno a su hermana que cumplía años.

Ese día se despidió diciendo: “Voy a seguir tus consejos. Se nota que sabés mucho”. ¡Punto para mí!

Semana 3

Las ganas de ver a Nacho me motivaban para levantarme, así que dejé una sola alarma, y hasta había comprado ropa deportiva para estar a tono con él.

Mi emoción bajó el día que llegué al parque y lo vi junto a una chica. Pensé que era una alumna nueva, pero cuando me acerqué Nacho me dijo que solo la estaba ayudando porque hacía mal las sentadillas.

¿Sería igual de buena onda con todas?

Al siguiente encuentro me quedé dormida y me despertó el celular. Era Nacho, pero no quise atenderlo. Con la voz de zombie que tendría no iba a poder pilotear la situación. Mentí y por mensaje le pedí disculpas porque tenía unas líneas de fiebre y no me había dado cuenta de la hora.

Tenía que ser sincera conmigo misma: mi yo deportivo me estaba abandonando.

Semana 4

Recibí un mensaje de Nacho preguntándome la dirección de casa para pasarme a buscar e ir trotando hasta el parque. “Así lo hacemos más dinámico y evitamos que te quedes dormida. Jejeje J J”-, escribió.

Una vez más su actitud me desconcertaba. No podía negarlo: cuanta más intriga me generaba Nacho, más me gustaba y no pude decirle que no.

De a poco empecé a notar pequeños cambios: los frascos de mermelada ya no eran mis enemigos y podía abrirlos en el primer intento, tenía más fuerza para cargar las bolsas del supermercado, si corría el colectivo no me agitaba como antes y el tiempo al aire libre había mejorado mis ojeras que tanto odiaba.

Igual me seguía costando dejar de trabajar por las noches para levantarme temprano y todavía estaba esperando el resultado de los análisis (que no me hacía desde un tiempo) para el apto físico que Nacho me había pedido.

La última clase del mes le comenté a Nacho que no sabía si continuar, pero a él le parecía una pena que abandonara. Le dije que iba a pensarlo y nos despedimos. Cuando ya estaba por cruzar la calle, escuché que me llamaba.

-Flor, ehh, ¿hoy estás ocupada?

-Sí, tengo que terminar algunos trabajos. ¿Por?

-Ah, porque parece que la noche va a estar linda y si querés podemos ir a comer algo.

-Ehhh… – las manos me transpiraban y no me salían las palabras.

-Si no podés no pasa nada.

-Sí, a la noche puedo. Dale. ¿Me pasás a buscar?

¡No podía creerlo! ¡Iba a salir con Nacho! Ese día aprendí que el peor error era perder la confianza en mí misma y que todo es cuestión de tiempo.