Las diferencias nos complementan

shutterstock_173595503Salí del médico con el diagnóstico confirmado: colesterol elevado; y con una larga lista de recomendaciones para normalizarlo. Escucharlo parecía fácil, tenía que cambiar algunos hábitos alimenticios y otros de mi rutina diaria, pero para mí era como si me pidieran cruzar el Atlántico nadando.

Esa misma mañana tenía clase con Nacho en el parque y le conté un poco lo que me había explicado el médico. Con su optimismo de siempre, me prometió ayudarme a cambiar algunos hábitos. “¡Vas a ver que es más fácil de lo que pensás!”, aseguró.

Las salidas con Nacho empezaron a hacerse más frecuentes y en cada encuentro él tenía una sorpresa armada para alivianar mi nueva preocupación. Al comienzo me encantó, pero con el tiempo empezó a parecerme un poco repetitivo.

Una noche me invitó a su casa y preparó una cena que llamó Combo Nacho Saludable: hamburguesas de lentejas, papas al horno con hierbas y jugo de naranja exprimido. Las hamburguesas estaban riquísimas y no me cayeron pesadas. ¡Nunca lo hubiera imaginado! Después de comer me pasó la receta para que pudiera hacerla sola. No llevaba muchos ingredientes, pero la cocina no era mi fuerte y estaba acostumbrada a la combinación supermercado-freezer-horno.

Otro día me citó a las siete de la tarde en la terraza de su edificio. Me dijo que llevara ropa cómoda y que no dejara trabajo pendiente para la noche. Cuando llegué, había armado el lugar para hacer una rutina de stretching relajante para terminar el día. Con él en la terraza y el sol cayendo era la escena de película romántica perfecta, pero si tenía que repetirlo sola en casa me ganaba cualquier serie.

Un sábado tomé yo la iniciativa e intenté sorprenderlo: lo invité al Jardín Japonés para caminar un poco al sol y respirar aire puro. La idea era hacer un paseo tranquilo y tener más tiempo para charlar. Le conté que esa semana estaba entusiasmada con un libro de cuentos de una escritora norteamericana y una novela que hacía tiempo quería leer, pero él parecía distraído y no hablaba mucho.

Aunque una vez Nacho me dijo que quería recomendaciones para embarcarse en la lectura, empecé a notar que cada vez que mencionaba el tema o que le contaba sobre mis libros, no se mostraba muy interesado y hacía un gran esfuerzo por prestarme atención.

Después de varias salidas, todavía no encontrábamos algo que a los dos nos gustara para compartir juntos. Me gustaba mucho que él fuera atento conmigo y me cuidara, pero ¿qué tantas cosas en común teníamos? ¿Había tema de conversación o empezarían a aparecer silencios incómodos?

Cuando todas esas preguntas rondaban por mi cabeza, Nacho me invitó a ver una película. Entre tantos consejos para ayudar a bajar mi Colesterol y mis ganas de pasar tiempo al aire libre, eso era algo que nunca habíamos hecho. Esta vez la sorpresa fue con su elección: El perfume, la película basada en la novela de un escritor llamado Patrick Süskind.

Él no la había leído, pero recordó que varias veces le había comentado algo sobre ella y le pareció una buena idea verla juntos. Cuando terminó, el tiempo se nos pasó volando debatiendo la película y descubrí un costado cinéfilo de Nacho que tenía escondido. ¡Sabía más de cine que yo de literatura!

A partir de esa noche, dejé de hacerme tantas preguntas y esperé que las cosas fueran sucediendo. Todavía me costaba adaptarme a los hábitos saludables pero de a poco iba logrando incorporar algunos que Nacho me enseñaba y él se animó a leer algunas novelas que yo le juraba que eran mejor en su versión escrita que en el cine.

Tenía que reconocer que me estaba enamorando cada vez más de Nacho y ya no quería ser solo la chica con la que salía y se divertía. Mi próximo desafío era aún mayor que bajar el Colesterol: tomar valor y decirle todo lo que sentía por él.