Cambios de hábitos positivos y una declaración

shutterstock_374474935

No sé si con Nacho ya éramos novios o no, pero lo que sí había cambiado era mi rutina diaria. Aunque fue cuestión de tiempo y constancia, finalmente acepté que las clases por la mañana en el parque eran de lo mejor del día. Me activaban 100% para empezar a trabajar, pero no sin antes sentarme un rato debajo de un árbol con mi libro del momento.

Después de saber que mi colesterol no estaba en los niveles recomendados, saqué turno con una nutricionista que me ayudó a ordenarme con las comidas. Al principio tenía hojas con las instrucciones desparramadas por toda la casa porque las olvidaba, pero empecé a pegarme post-it en la heladera con el menú del día.

Con la ayuda de Nacho fue mucho más fácil porque él ya tenía armado su propio itinerario al que me sumé sin dudar (si había alguien en quien podía confiar en materia de vida saludable, ese era Nacho). Ahora mi debilidad eran sus hamburguesas de lentejas que también aprendí a cocinarlas casi tan ricas como las suyas, ¡quién lo diría!

Con él la relación iba viento en popa, pero todavía no me había presentado a su familia ni amigos hasta que un día llamó para decirme que su hermana nos había invitado a cenar.  ¡Chan! ¡Justo con su hermana! No podía olvidar que aquella vez en el spa me fulminó con la mirada, pero ahora me tenía fe.

La cita fue en un restaurante de Palermo y cuando elegí la ensalada de quinoa y calabaza, la hermana de Nacho me preguntó irónicamente si estaba haciendo dieta para adelgazar. Nacho la miro con mala cara, pero yo le respondí muy tranquila que estaba intentando llevar una alimentación más sana.

-Ah, te mimetizaste con mi hermano. Son tal para cual parece-, respondió en forma más irónica todavía. ¿La cuñada más celosa del mundo me había tocado justo a mí o no podía verme ni en figuritas?

Después de un rato de charla, arremetió de nuevo preguntándome de qué trabajaba. -Soy traductora, principalmente de novelas. –Uh, suena re aburrido, ¿no? Si eso me lo hubiera dicho un tiempo atrás, me hubiera convertido en el increíble Hulk.

Pero en ese momento conté hasta diez y puse por primera vez en práctica la técnica de respiración que me había enseñado Nacho para mantener la calma en momentos tensos: inhalar profundamente contando hasta cuatro y exhalar de la misma manera por la nariz. ¡Y puedo asegurar que da resultado!

No dejé que los comentarios de su hermana me afectaran, pero lo que me preocupaba era que Nacho una vez más no me había presentado como su novia. En realidad no dijo nada al respecto, ni novia, ni amiga, ni nada.

Al día siguiente era sábado y aunque no teníamos clase de gimnasia le propuse a Nacho salir a trotar por los bosques de Palermo cuando bajara el sol. Entusiasmado con que fuera yo la de la idea, me pasó a buscar una hora antes.

El trote se había convertido en mi ejercicio preferido porque mientras lo hacía podía pensar con más claridad, las ideas se acomodaban en mi mente y otras mejores aparecían. Estaba decidida: tenía que hablar con Nacho y aclarar nuestra relación.

Mientras repasaba las palabras que iba a decirle, apareció trotando su amigo Lorenzo (el que estaba con él cuando lo vi por primera vez), frenamos a saludarlo y de repente, como si nada, Nacho dijo: -Ella es Flor, mi novia, ¿te acordás que te conté?

Por unos segundos me quedé atontada, pero cuando Lorenzo se fue no pude contenerme:

-¿Novia? No sabía…-, le dije sin esconder mi sonrisa.

-¿Está mal?-, y me dio un beso.

-No, ¡está muy bien!

Pero las sorpresas continuaron, porque cuando terminamos de dar nuestras vueltas al lago, Nacho me dijo que quería invitar a su “novia” a pasar el próximo fin de semana largo en la playa… ¡en carpa!

¿Y ahora? ¡Nunca fui aventurera ni estuve en un campamento! Sus propuestas siempre desafiaban mi estilo de vida, pero ¿cómo decirle que no a Nacho?